Hace unos días leí un artículo sobre la estupidez. En él se describía la reflexión y definición realizada por Carlo María Cipolla (Profesor de Economía).
Cipolla creó un cuadrante donde en abscisas se encuentra la variable “ganancia para uno mismo” y, en ordenadas, “ganancia para el otro”.
De esta forma quedarían definidas cuatro categorías de personalidad, moviéndonos entre el beneficio y el perjuicio propios, frente al beneficio y perjuicio ajenos.
Estas cuatro categorías serían: inteligentes, incautos, estúpidos y malvados.
El inteligente conseguiría tanto el beneficio propio como el ajeno.
El incauto obtendría el beneficio ajeno pero con perjuicio para sí mismo.
El estupido provocaría un perjuicio tanto para sí mismo como para los demás.
El malvado buscaría un beneficio propio pero a costa de perjudicar a los demás.
Las definiciones que da el autor me parecen claras y la reflexión muy interesante para poder situar las conductas en ellas. Pero ojo, lo que deberíamos situar en este eje son conductas, tanto las nuestras como las de los demás.
Lo que me parece un riesgo muy grande es colocar en estos cuadrantes a las personas y, más peligroso todavía, etiquetarlas en esa categoría.
El artículo que leí hablaba de personas estúpidas, cuando lo que realmente puede ser o no estúpido (y eso daría para otro artículo), son las conductas que realizamos. De otra forma posiblemente nos estemos dejando llevar por el ego, ya que lo que sucede, y perdonad que insista, es que nos movemos en un fluir por los cuatro cuadrantes de forma continua con nuestras conductas.
Un matiz importante es tomar consciencia de que todos tenemos los cuatro tipos de conductas en algún momento y que para lo que deberíamos utilizar este cuadrante es para darnos cuenta de la frecuencia en la que nos encontramos en cada uno de ellos y así poder trabajar sobre las conductas menos deseables (malvados), las intermedias (estúpidos e incautos) y de esa forma centrar nuestra atención en el entrenamiento de las más deseables (inteligentes).
Por eso, cuidado con los juicios. Sería mucho más enriquecedor y encuadrado en las conductas inteligentes que lo utilizásemos en primer lugar para analizarnos y mejorar nosotros, y después para ayudar a quién lo necesite, pero sin etiquetas, sabiendo que todos transitamos por los cuatro cuadrantes en algún momento.
Este puede ser un buen punto de partida para reflexionar sobre la humanidad compartida y el entrenamiento global hacia la inteligencia que en estos momentos tanto necesita nuestra sociedad.